Las relaciones fraternales son por naturaleza ambivalentes: una mezcla de amor y odio que se refleja por la rivalidad espontánea entre niños de una misma familia. Son muy cercanos los unos a los otros ya que forman parte de la misma generación, son como un bloque frente a los adultos en general y a los padres en particular, y muy opuestos ya que luchan para obtener la supremacía en un grupo (aunque el grupo sólo cuente con dos niños) y mano a mano con los padres. lucha por la supremacía, afortunadamente, no es permanente. Tampoco es lineal: puede darse en distintas fases en cada hijo o incluso a la vez, y se puede reflejar de distintas maneras: tomar la delante para coger los juguetes, pero ser siempre el último para que le sirvan; ser el mejor en deporte, pero no en clase etc.
Es normal que exista ese “odio”, pero también que desaparezca rápido con la expresión amor fraternal. ¿Quién no ha visto a sus hijos echarse a reír o a jugar dos minutos después de un tirón de pelo?
El hecho de que los hermanos se peleen esconde una razón sencilla: no es por un trozo de chocolate, si no por el amor de los padres. De hecho, desde que nace otro hermano o hermana, desde que el equilibro entre madre e hijo se rompe por la llegada del otro, es el amor absoluto de los padres (sobre todo el de la madre) lo que el niño quiere reconquistar, y eliminar “al otro”, “al intruso”, es decir, al hermano o hermana.
Estos celos fundamentales e inevitables pueden ser incluso indispensables y se revelan en las disputas, en ocasiones, de manera violenta.
por: MARÍA ALCÁZAR GONZALEZ
1ºINFANTIL